Cuadros de paisajes antiguos

El auge histórico de la pintura de paisajes se debe a los cambios sociales del siglo XVI y XVII fruto del incremento del comercio internacional.

Entre sus obras, el flamenco Rubens pintó al final de su vida varios cuadros que se cuentan entre la pintura paisajista europea de mayor importancia.

No obstante, no fue hasta el periodo Barroco cuando la pintura de paisajes se estableció definitivamente como un género en el continente europeo. Todo ello gracias al desarrollo del coleccionismo, como una distracción para la actividad humana. Es un fenómeno propio del norte de Europa que se atribuye, en gran medida, a la reforma protestante y el desarrollo del capitalismo en los Países Bajos.

El clero y la nobleza, hasta entonces los principales clientes de los pintores y artistas, perdieron relevancia, siendo sustituidos por la adinerada burguesía comerciante. Las preferencias de ésta cambian al no ir dirigidas hacia las complejas pinturas de historia, con temas de la Antigüedad clásica, la mitología o la Historia Sagrada, ni hacia complejas alegorías, sino que preferían temas sencillos y cotidianos. Debido a ello, alcanzaron independencia géneros hasta entonces secundarios como el bodegón, el paisaje o la escena de género.

Se produjo una gran especialización de los pintores, dedicándose a un tipo de paisaje específico. Así varios pintores toman como tema principal los «países bajos», pintando los terrenos que quedaban bajo el nivel del mar, con sus canales, pólders y molinos de viento;, son destacables los cuadros de pintores como Van Goyen, Jacob Ruysdael y Meindert Hobbema. Por su parte, Hendrick Avercamp se especializó en estampas invernales, con estanques helados y patinadores.

Otros se especializaron en pintar animales. Es el caso de Paulus Potter, que suele pintar vacas dentro del paisaje de llanuras y pastos holandeses. También hubo quien se especializó en marinas, diferenciándose entre quienes retrataban los barcos en las tranquilas aguas de los puertos marítimos (Willem van de Velde, el Joven, Jan van de Cappelle) y los que preferían pintar las vistas del mar agitado por los vientos y las olas.

También hubo quien cultivó el paisaje urbano, con cuadros de las perspectivas de las ciudades holandesa, con sus casas de ladrillos y las agujas de las iglesias en el horizonte, como es el caso de los pintores Gerrit Adriaenszoon Berckheyde o Carel Fabritius.  Destacar que aunque Vermeer centró su obra en sobre todo la escena de género, pintó el paisaje urbano más conocido de la época; su Vista de Delft fue considerada por el crítico y novelista Marcel Proust como «el cuadro más bello del mundo», e inmortalizó esta pintura en su novela «En busca del tiempo perdido».